lunes, 9 de junio de 2008

Corazón a gas: un piano que palpita











“El espectador que trata de explicar
una palabra es un intrigante”
Manifiesto Dadaísta

“El corazón calentado a gas palpita lentamente, intensa circulación, es el único y mayor timo del siglo en tres actos, sólo traerá suerte a los imbéciles industrializados que creen en la existencia de los genios”.



El espectáculo ha comenzado: es la obscuridad y un piano que palpita intempestivo. Algo puede suceder, alguien se encuentra ahí: es una nariz, es un ojo, una ceja, un cuello, una oreja: es una realidad susceptible de ser uno mismo, es un nadie, es nada, es DADA. Se trata de la ilógica resucitada, El Corazón a gas de Tristan Tzara puesta en escena por la compañía Inmóviles Ombligos en el CENART.

En la búsqueda del individuo honesto, El corazón a gas, se enfrenta al espectador con un lenguaje que despoja al ser de su atavío racional. Dirigida por Andrés Motta y producida por Aldo Quintero, la obra retoma el estandarte de las vanguardias en el combate de los paradigmas del teatro, la narratividad y los mensajes constructivos. En la obra no hay anécdota, no hay mito, peripecia o reconocimiento; no se pretende una interpretación objetiva ni causal: las voces sólo obedecen al impulso espontáneo del artista.

Sin otro escenario que un cuerpo, los personajes de Tzara pueden o no interpretarse como la fragmentación de una sola persona. Ahí está la encrucijada del juego: nariz, ojo, boca, cuello, oreja y ceja, representados por Eduardo Candás, encarnan también la inconsistencia del uno mismo. La lupa sobre el rostro del actor abstrae a los miembros en el escenario, las voces y la iluminación los distinguen para volver a confundirse en el silencio de una sola presencia. Cada personaje es la danza de los impotentes, es un embate, una contra respuesta que busca la supervivencia de la fuerza interna.

Aunque se sigue el texto la improvisación constituye el nervio conductor de cada puesta. Así como la caracterización de los personajes nace de la voz y ánimo del actor, el piano interpretado por Andrés Motta surge del devenir de los diálogos. Las partituras son el texto de Tzara, las notas suceden in situ en el piano abierto y juegan con el ánimo de los interlocutores. El estímulo inmediato domina el ambiente y provoca que la aparente secuencia expire en cada movimiento.

En el caos se maximiza el instante y se manifiesta una discordia con la noción de continuidad. Ya en 1922, El corazón a gas había marcado la ruptura de Tzara con los dadaístas franceses que luego fundarían el surrealismo como una vanguardia regulada. Ante la perversión del movimiento la obra fue escrita como una réplica. En ella se recurrió al absurdo como único medio para demoler las estructuras del lenguaje. Para Tzara la lógica era una complicación falsa contra la cual se lucha con lo irracional, la exploración de lo onírico, la exacerbación del mundo de los sentidos.

Así en El corazón a gas cada miembro del rostro magnifica la potencia del cuerpo: la velocidad de las imágenes que atina el ojo, la susceptibilidad del oído, el guasón despunte de la nariz, la altivez de una ceja almirante, la voz que emerge del fondo del ser y concentrándose en el pescuezo, encuentra su petulante salida por los labios.

La obra se dirige al vigor del corazón, a la sindefensa de la conciencia y la moral. Busca un espectador que no manipule sus instintos en el intento de explicar las palabras. Está en contra de aquél espectador que busca certezas, el intrigante definido por Tzara en el Manifiesto Dadaísta. En un mundo donde no hay cabida para las tretas de una mente que busca la verdad y el único sistema aceptable es la ausencia de sistemas, hay que estar dispuesto a no entender nada.



2 comentarios:

Etérea dijo...

oh, muy interesante, creo que ya soy fan, jaja mi blog es todo flojo y con faltas de ortografía, pero me motivas pa arreglarlo. un saludo

Unknown dijo...

que alguien haga un resumen porfavor y gracias